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domingo, 29 de diciembre de 2013

Año Nuevo: Una Resolución que Agrade a Dios

Ya casi se acerco el fin del año y por lo menos a mi me parece una mentira de que todo allá sido tan rápido que casi no lo puedo creer.  Como es típico, al final de año muchos de nosotros pensamos en resoluciones para hacer: Comer menos; hacer más ejercicios; ser un mejor padre o esposo; gastar más tiempo con la familia; aprender a tocar guitarra, etc.  La lista de deseos es larga pero difícil de seguir.  Muchos de nuestros deseos y resoluciones, sin embargo, son aspiraciones generalmente materiales que aunque no tienen nada de malo seguirlos, aun así, son cosas que no nos van a ayudar necesariamente a ser mejores cristianos.
Entonces si uno quiere tomar un paso más hacia delante, uno puede tratar de ser más espiritual; es decir, acercarse más a Dios.  Quizás entonces, dentro de esta segunda categoría de resoluciones, las obras de caridad siempre son las primeras en resaltar en las mentes de la mayoría de hispanos: Ayudar al necesitado; alentar al afligido; visitar a los presos; apoyar a la iglesia; voluntarisarse por alguna causa justa, etc.
Dentro de la tradición cristiana evangélica, los frutos o consecuencias de la santidad se podrían definir de formas similares pero (a la misma vez) se podrían alcanzar solo de acuerdo a lo que nuestros lentes doctrinales muchas veces nos permitan ver (por eso es importante escudriñar la palabra para alcanzar santidad tal como la Biblia nos indica y que pueden ser algunas veces contraria a lo que nuestras propias denominaciones nos pueden enseñar).  Quizás para algunos hermanos pentecostales, parte de esa trayectoria hacia un mejor cristianismo, o un cristianismo verdadero según su entendimiento, se podría alcanzar con el tan-apreciado don de lenguas (aunque yo no estoy tan seguro que esto es lo más deseable en nuestros días).  Quizás para algunos hermanos bautistas, esa trayectoria hacia la santidad se podría recorrer iniciando metas más tangibles y especificas como, para dar solo un ejemplo, leyendo la Biblia en 12 meses (lo cual me parece una meta más razonable aunque no siempre espiritual dependiendo en el caso especifico de la persona).
En mi opinión, esta último ejemplo es ciertamente una mejor resolución que merece por lo menos alguna consideración de nuestra parte, especialmente para aquellos que están empezando a caminar el sendero estrecho, el camino difícil del verdadero Cristianismo.  En este caso es recomendable leer la Biblia rápidamente al comienzo, y creo que 12 meses es un tiempo razonable, pero eventualmente creo que todo cristiano también debería leer las Santas Escrituras detenidamente, con detalles, y esto sí es algo que nos va a tomar más de un año: Toda una vida diría yo.  Realmente yo por lo menos nunca ceso de descubrir algún tesoro nuevo inclusive en viejas lecturas, en pasajes bíblicos que yo ya pensaba que había aprendido en su totalidad.
Entonces, creo que estos dos tipos de resoluciones que acabo de mencionar (las que yo llame materiales y espirituales) son muy buenas para tomar, muy aconsejables, y sobre todo totalmente posibles si uno tiene una fuerza de voluntad para hacerlos.  Hay que reconocer que Dios también nos ha dado una conciencia y un espíritu de esfuerzo personal para poder alanzar muchas de las metas que uno puede humanamente trazarse.  Pero (siempre son necesarios estos “peros”) uno no debe olvidarse que si de verdad uno quiere crecer espiritualmente, uno lo puede hacer solo con la ayuda de Dios, y no a través de nuestros propios esfuerzos personales.
Si uno trata de madurar espiritualmente usando nuestras propias fuerzas, lo más probable es que uno se quede tomando leche (1 Corintios 3:2), pero si uno trata de crecer usando el poder del Espíritu de Dios, entonces uno si va a lograr a ser más como Cristo (pues en resumidas cuentas, buscar la santidad significa ser como Cristo, y este es el tema del último sermón que mencione en este blog).
El tema de crecer espiritualmente usando las fuerzas de Dios, y no la de nosotros, merece un énfasis especial por ser primero y antes de nada doctrina central del cristianismo, y también para diferenciar logros éticos de los espirituales; y por eso la voy a ilustrar con una anécdota personal.
Hace varios años cuando me había separado por completo de los caminos de Dios (lo cual hice por mucho tiempo), quería dejar de fumar cigarrillos, pero al comienzo no lo pude hacer.  Sin embargo, como consecuencia de varios problemas personales (más bien debería decir problemas espirituales), también sufría de depresión, y por eso el doctor me recomendó una medicina (Wellbutrin) que sirve no solo para la tratar la depresión sino también para dejar de fumar.  Con la ayuda de estas pastillitas y un poquito de esfuerzo personal, a las finales pude dejar de fumar.  Fue el logro ético o moral que mencione antes, y como se imaginaran, me sentí muy bien al respecto, y sobre todo, muy orgulloso de mí mismo.
No voy a decir que en este caso fue el bendito Espíritu Santo quien me ayudo a dejar de fumar, quizás si lo hico, pero como en esos tiempos todavía estaba separado de los caminos de Dios sinceramente dudo que fue así.
Ahora como creyente, reflexionando aun sobre esta meta que logre en el 2,004, pienso que es un error sumamente grave tratar de dar crédito a Dios por cosas que quizás Él no hizo. Sinceramente no creo que Dios busque abogados defensores en la tierra que mientan solo porque piensan que de esta forma uno pueda hacerle quedar mejor a Dios.   Si Dios en su soberanía decide interceder por nosotros en la forma de un milagro o señal sobrenatural, amén, que así sea, pero no creo que el Todopoderoso quiera utilizar mentiras humanas para engrandecerse a Si Mismo.  Dios no lo necesita.  Logros no justifican las formas.  Dios es un Dios santo.  Espero que en esto si haya sido claro.
Sin embargo (continuando con mi testimonio), Dios si ha transformado mi vida de tal forma que muchas de las cosas malas que antes hacía, ya no las hago.  Si. Todavía trato de hacer buenas obras (Santiago, Hebreos y los evangelios sinópticos son bien claros en hacernos acordar que nosotros necesitamos ser alentados para hacer las buenas obras), por ejemplo, pero me he dado cuenta que las cosas buenas que haga no dependen de mí, sino de Dios (esto es algo que el evangelio de Juan y la epistola a los Romanos explican muy bien).  El Espíritu Santo es el que a las finales realmente nos da el aliento y las fuerzas para hacer el bien: Para escoger santidad sobre pecado.
No voy a tratar de pretender — de ninguna manera — de ser un hombre perfecto; pero si, por lo menos, trato de caminar hacia esa dirección y como siempre digo, Dios es Todopoderoso y nos puede transformar si realmente se lo pedimos (y realmente solo menciono mi anécdota personal no para gloriarme de mi mismo sino para que Dios se glorifique por las cosas que Él ha hecho y sigue haciendo en mi humilde persona).  Obviamente para lograr este propósito, nosotros tenemos que tratar también de gastar tiempo con el Señor orando y leyendo la Biblia para permitir que Dios haga estos cambios en nuestros corazones.  Estas dos últimas acciones, son las acciones concretas dentro del “paquete” sugerido de resoluciones para este año.  Son parte del cómo alcanzar el que, es decir la santidad.
Entonces tratar de buscar santidad en el año 2,012 sería una de esas resoluciones que creo que a Dios le agradaría más, pues como cristianos no debemos de conformarnos de ser como los demás (Romanos 12:2), sino que debemos de buscar santidad y de allí todo lo demás nos será añadido (Mateo 6:33).
Para el beneficio espiritual de la “mayoría” que mencione en el segundo párrafo voy a ser más claro.  Es la humilde opinión del autor que buscar santidad no significa tampoco ser religioso y gastar necesariamente más tiempo en la iglesia y con nuestros amigos “cristianos”, creo que se podría definir a la santidad como un tipo de “proceso” que envuelve tiempo buscando a Dios en oración y ayuno si fuera posible.  También (como decía antes) creo solemnemente que parte de esta búsqueda incluye tiempo leyendo y meditando en la palabra de Dios.  La santidad es entonces un proceso que estoy absolutamente seguro que aunque no la lograremos aquí en este mundo, pero con la ayuda de Dios estoy seguro que si podamos continuar con la meta específica que Dios ha trazado para nosotros.
Entonces si hablamos de resoluciones, ¿por qué este año no tratamos de trazar una meta que quizás no nos agrade tanto a nosotros mismos sino a Dios? Después de todo, nosotros fuimos creados para agradar a Dios, para tener esa comunión perfecta con nuestro Creador.   
Solo cuando tratamos de agradar y de obedecer a Dios nos vamos a poder sentirnos gozosos de verdad, y verdaderamente les digo que la felicidad y el gozo del Señor si vale la pena.  No es como esa felicidad temporal y superficial que este mundo nos ofrece.  Digo temporal porque solo dura unos momentos, horas o (en casos extremos) días.  Superficial porque no es un gozo de verdad, sino un gozo que es a medias, un gozo carnal que nos podrá hacer reír o movernos rápidamente sin que realmente sintamos nada en nuestros corazones, sin que realmente expresemos los verdaderos frutos del Espíritu (Gálatas 5: 22-23).
El gozo del Señor entonces es real y verdadero porque viene del corazón, porque allí en el corazón es donde mora Cristo, nuestro gran Rey y Salvador.  Realmente todos tenemos sed y necesidad del Espíritu Santo, pero no todos sabemos cómo satisfacer esta sed y por eso muchas veces pensamos que logrando algunas metas en particular vamos a ser felices.  Metas que nos ayuden a hacer mejores personas o seres humanos pero no necesariamente mejores creyentes en Cristo.
Si, es verdad, comer menos nos va a ayudar a perder de peso.  Hacer ejercicios nos ayudara a sentirnos más saludables físicamente.  Aprender a tocar guitarra u otro instrumento musical nos podrá ayudar a sentirnos mejor y más seguros de nosotros mismos.  Todas estas son metas buenas y dignas.  Pero solo buscando santidad — gastando más tiempo con el Señor en oración, leyendo y deleitándose con la Palabra de Dios — solo haciendo estas cosas Dios nos va a bendecir espiritualmente y nos va a equipar para su obra, y en el proceso (porque de nuevo pienso la santidad es un proceso espiritual no un acto instantáneo) vamos a ser felices.
Lo importante entonces no es el cómo sino el que.  El cómo nos lo dirá el Señor cuando nos sometamos a Él de verdad.  El que es aferrarse a Dios en su presencia para ser como el Jesús.  Las metas quizás al comienzo no parezcan ser claras pero estas incluyen definitivamente santidad y el hacer la voluntad de Dios vendrá naturalmente.  Las herramientas nos la dará el Señor por medio de los dones espirituales que Dios y solo Dios decida en darnos, de acuerdo a la necesidad de su Iglesia.  Los medios son las obras que hagamos, y estas incluyen no solo oración y la lectura de la Biblia sino eventualmente también discipulado.  Las obras de caridad saldrán también naturalmente de nosotros, pues estas son también parte del cómo y no del que.
Los planes específicos para con nosotros dependen de Dios, lo cual Él nos los mostrara a nosotros solo cuando nos hayamos sometido a Dios por completo.  Buscar la santidad es el comienzo de una vida plena en el Señor.  Quizás ya no podamos seguir los pasos de nuestro Señor Jesucristo físicamente como lo hicieron Pedro, Juan y los demás apóstoles; pero buscar la santidad es la forma actual de seguir los pasos del Rey espiritualmente.  Quizás nos parezca en estos momentos una idea abstracta, una resolución espiritual difícil de entender, pero conforme caminemos en el camino estrecho y difícil, Dios nos podrá guiar con metas más especificas que incluyan no solo obras de caridad, sino funciones más especificas y basadas en los dones que Dios nos haya dado, para equiparnos al propósito especifico que Dios y solo Dios haya trazado para nosotros.
Es entonces recomendable buscar la santidad como resolución a este año, pero sin querer realmente poner drama al final de este pequeño ensayo, creo que es necesario hablar de lo que creo que podría estar más dentro del contexto histórico de nuestros tiempos.  El significado y la frecuencia de ciertos eventos mundiales en nuestros días nos dan un sentido de urgencia para lograr la resolución sugerida.
El año 2,012 podría ser el último que conozca esta civilización, tal y como la conozcamos ahora.  No estoy tratando de proferir eventos escatológicos (el día y la hora solo lo sabe Dios) pero sí creo que siempre tenemos que estar preparados para su venida (que es lo que tenemos que acordarnos de los días finales).  Ahora más que nunca es importante poner prioridades en lo que hablamos y predicamos.  Ahora me he dado cuenta que es inútil tratar de envolvernos con argumentos teológicos acerca de temas periféricos como lo son el tipo de ropa que debemos vestir; el argumento clásico sobre si la salvación se pierde o no; sobre el orden cronológico de la Raptura y la Tribulación, u otros temas secundarios que solo pueden malgastar nuestro tiempo en vez de alcanzar a los inconversos.  Ahora más que nunca, pocos deben ser los teólogos, muchos los evangelistas.  Quizás estos temas sean importantes para los que predican o estudian teología pero creo que las masas tienen necesidades espirituales más urgentes.
La meta de la santidad no es para muchos, debe ser para todos.  Santidad a Dios entonces incluye compartir con otros lo que nosotros estamos experimentando en nuestros corazones todos los días.  Hablar de la misericordia y de la gracia de Jesucristo es necesario antes del fin de los tiempos.
Porque no podemos, ni debemos, dejar de hablar lo que hemos visto u oído (Hechos 4:20).   Porque Dios es un Dios Santo (Levítico 19:2), tres veces Santo (Isaías 6:3 y Apocalipsis 4:8), por eso nosotros también debemos de buscar la santidad (1 Tesalonicenses 4:1-12).
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